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Hay quien ata a los otros de manos esperando a que le aplaudan
y se defrauda cuando estallan cuarentenas.
Ahora entiende al pajarito que duerme en la jaula
y sueña posarse en las ramas de la luna llena…
Ábrele la puerta por esta noche,
deja que descubra el mundo al revés:
semáforos en verde para ningún coche,
charcos en el asfalto para cualquier pez.
Verás como poco a poco se anima y te canta
las imágenes en las que ya no crees:
chimeneas de las fábricas con un nudo en la garganta,
persianas echadas de cabeza a pies.
Y detrás: souvenirs y un carrusel de postales
donde se desdibuja el vacío que ha ocupado los lugares
antes habitados, transitados y masificados...
Ahora, claro, queda silencio y es muy cortés.
Silencio en la plaza y el parque.
Silencio al borde del mar.
Silencio en un bucle constante,
demasiado silencio para no dialogar.
Silencio que enciende una estrella.
Mucho silencio en la ciudad.
Silencios en una botella,
silencio en Pompeya,
silencio sin más...
Nos ha visitado un virus para los idus de marzo,
la tierra es una gran roca de cuarzo tras el tragaluz.
Para algunos su refugio es un cadalso,
allá cada uno con su forma de llevar la cruz.
Hay quien aconseja, quien cose y canta;
hay quien lo deja en bandeja o a la marchanta.
De sus manos se le alejan, muertas, las horas
y en sus ojos se refleja la computadora.
Desconoce que detrás de su reja
hay estatuas con una sonrisa de oreja a oreja
al ver qué tranquilas hacen su miel las abejas
y cae la noche bermeja y el mundo es un vergel.
Mientras, en el zoo, siguen atrapados
los hijos de los animales que de chico visité.
Escuchan las aventuras del gato maula
esperando a que la puerta de su jaula se abra de una vez.
Silencio en la plaza y el parque.
Silencio al borde del mar.
Silencio en un bucle constante,
demasiado silencio para no dialogar.
Silencio que enciende una estrella.
Mucho silencio en la ciudad.
Silencios en las manos de Freyja,
silencio en Pompeya,
silencio sin más...
